A propósito de los juegos olímpicos

 Mi honda filiación marxista lucha y, creo, que vence a mi rígida formación cristiana y a mi humanismo rampante.
 A uno, en su infancia, le pueden haber inculcado a sangre y fuego, las ideas de la iglesia católica, uno de los fundamentos básicos de la actual represión en el mundo: bienaventurados los pobres porque de ellos será el Reino de los cielos, y los del más preclaro de los humanismos: “homo sum et nihil humanum mihi alienum puto”, soy hombre y nada humano me es ajeno, lo que no es óbice para que mi comunismo militante los haya mandado a ambos mucho más allá de la mierda.
 Porque ahora creo que sé que tan falso es el primero como el segundo, 
que predicarle a los pueblos la resignación cristiana frente al abuso de los dos diabólicos poderes, el económico y el político, y la comprensión humanística de todas las verdades no son sino socorridos trampantojos para que las clases dirigentes, la religiosopolítica y la intelectual, sigan percibiendo su asquerosa parte del pastel.
 Y esto, creo también, que me lo ha enseñado ese viejo judío barbado que no se cansó nunca de estudiar la canallesca historia del ser humano hasta descubrir dónde y por qué estaba el quid de la puñetera cuestión: por qué hay pobres y ricos y poderosos y esclavos.
 El mundo y la vida forman parte inextricable de un jodido materialismo dialéctico. Hasta lo que parece más espiritual no sólo es falso, desde este punto de vista, sino que forma parte de una conspiración no escrita para mantener eternamente este diabólico “statu quo” en el que a todos nos parece natural que haya pobres y ricos y que además éstos detenten para siempre el jodido poder.
 Pero por encima de esta asquerosa conspiración universal en la que participamos todos muy activamente, incluso los jodidos menesterosos que les hacemos constantemente el juego a los canallescos poderosos, acudiendo masivamente a los espectáculos circenses que nos montan para entretenernos y vincularnos a unas siglas y escudos que adormecerán nuestras conciencias para siempre, hasta ese cine, esa filosofía, esa literatura que en lugar de ser destructivas, rompedoras contra una situación que todos sabemos que es radicalmente injusta, no hacen sino consolidarla quizá indestructiblemente, se halla el descubrimiento de este judío genial que esclareció las leyes que gobiernan este asqueroso mundo, las plasmó en sus libros y además nos gritó, no tan inútilmente como parece, aquello de “proletarios de todos los países, uníos”.
 El materialismo dialéctico nos muestra cómo a pesar de las continuas trampas que se le ponen, la tendencia interna y material que representa, avanza inconteniblemente hasta estados de liberación cada vez más inderogables.
 Y esto parece un contrasentido esencial afirmado en tiempos como lo que corren.
 Pero comprobamos que no es así si nos asomamos a este continuo movimiento tectónico con una inteligente visión de la historia, que todavía no ha terminado como afirmaba ese vocero del  ultraliberalismo  capitalista que es Fukuyama, sino que tan siquiera ha comenzado.
 A título de ejemplo, lo que nos pilla más a mano: si comparamos la sociedad de la Roma imperial, con lo que ella significó en algunos campos decisivamente como por ejemplo en el del Derecho, con la actual vemos que se ha avanzado considerablemente en aspectos tan decisivos como el de la abolición de la esclavitud.
 Quizá no tengamos todavía la perspectiva suficiente pero lo que está sucediendo en países como los que llamamos emergentes es muy significativo.
 Y todo esto porque quería decir que lo que le ha ocurrido a España con su deshonesto intento de organizar los juegos olímpicos no es sino un caso de justicia inmanente de la que hablo por aquí continuamente: el materialismo dialéctico a veces, no siempre, claro, les hace a los canallas que hoy gobiernan el mundo, jugarretas tan justas como éstas: por muy corrupto que hoy este el mundo mundial, siempre hay grados y el de España, en estos momentos, es insuperable: el mundo no podía escoger como muestra de lo que es un país a uno como el nuestro que es el mejor ejemplo de todo lo que no debe hacerse.

El socialismo como epígrafe general, frente al pesoímo, socialdemocracia, comunismo, marxismo, maoísmo, castrismo, etc. (I)

 Poco a poco, con esa inexorable lentitud de los fenómenos telúricos, la historia, esa vieja prostituta, me está dando la razón.
Sostengo, desde que adquirí consciencia social, hecho que no logró situar exactamente en el tiempo, que la vida de los pueblos, que es la que realmente interesa, se concreta en una lucha a muerte entre dos de los impulsos esenciales de la naturaleza humana: el de supervivencia y el de dominio.
Es por ello que Schopenhauer habló del mundo y de la vida como voluntad o representación:
 “La cosa en sí de Kant, la realidad última de las cosas, está representada para Schopenhauer por un principio metafísico general que gobierna el universo, una fuerza omnímoda que Schopenhauer denomina voluntad (Wille), o voluntad de vivir (aquí se inspirará Nietzsche para su «voluntad de poder»), y que no debe interpretarse en el sentido corriente del término, más que metafóricamente: nuestra voluntad, deseo o pulsión no es más que una proyección insignificante de esa Voluntad con mayúscula, de la cual la representación es mero fenómeno o apariencia. La voluntad no se encuentra sujeta a las formas del fenómeno, es decir, a la causalidad, el espacio y el tiempo. Tampoco, por tanto, al principium individuationis, es decir, que no se objetiva en los seres individuales (en consecuencia, dichos individuos no tienen existencia real como tales), sino en la suma de los mismos: la voluntad integra toda la naturaleza y el universo con la totalidad de entidades y seres que contienen. La voluntad, así, es una fuerza que obra sin motivo, irracionalmente; es como el motor ciego de la historia. Todas las energías de la naturaleza son expresivas de la Voluntad, incluyendo lo mismo las fuerzas naturales de todo signo (luz, gravedad, magnetismo), como las motivaciones, los instintos y tendencias, tanto animales como humanos”. (Wikipedia).
 El instinto de supervivencia no sólo hace al hombre nadar cuando cae al agua sino que lo impulsa a trabajar para poder seguir viviendo, mientras que al empresario lo impulsa a adquirir cada día más capital,  o sea, poder, para seguir dominando.
 Luego, vino Marx y esta teoría, cierta, pero muy idealista o sea muy kantiana, muy platónica, se objetivizó, a mi juicio acertadamente, y esos dos instintos esenciales constituyeron la base del motor de la historia bajo las formas de las tendencias progresivas y retrógradas que luchan enconadamente a lo largo de la historia por imponerse, es lo que él, y sus seguidores, entre los que me encuentro, han llamado  materialismo dialéctico: la materia es lo que hay, el ser en sí, platónico, pero, en modo alguno permanece inmutable, todo lo contrario, se halla en perpetuo movimiento dialéctico, hegeliano, tesis, antítesis, solución más o menos ecléctica, es por eso que alguien ha creído que esta materia cambiante y creadora era lo que se ha dado en llamar Dios, pero únicamente es precisamente eso, el motor de la historia, por eso es tan salvaje la teoría de Fukuyama, el profesor universitario mezcla de Japón y los Usa, que se ha atrevido a afirmar que hemos llegado al final de la historia, cuando seguramente está comenzando otra vez en ese eterno ritornello del que hablaba Vico.
 Porque el hecho de que el capitalismo haya acabado por estrellarse ante su propio muro de las lamentaciones y se esté autoconvenciendo de que no puede dar ya un paso más y que el socialismo, que los supremos ignorantes confunden con algunas de sus concreciones históricas, por ejemplo el Psoe, parezca definitivamente derrotado, es ignorar de una manera definitiva no sólo todo la dialéctica hegeliana que ya empezó a formularse con el “panta rei”, todo fluye, del genial Heráclito, sino lo que es totalmente aberrante, el materialismo histórico, que es algo más, mucho más que la interacción de la dialéctica dentro del inexorable devenir de la historia, que no es que se haya acabado sino que apenas si comienza ahora, cuando se ha comprobado, al fin, que el ánimo de lucro sólo conduce no a una lucha noble por sobrevivir sino a la pura y simple rapiña.
 De modo que, de pronto, vemos cómo, simultáneamente, alguien tan poco sospechoso de psoismo como Alvárez Solís escribe, en “insurgente”, ayer:
 “Creo que es urgente que quienes aspiran a un futuro socialista aclaren el contenido que pretenden dar al socialismo, porque el socialismo constituye un destino próximo pese a todos los avatares que ha padecido. El término socialismo ha sufrido un desgaste profundo desde que lo secuestró la socialdemocracia. Pero eso no es más que un fenómeno temporal cuyas causas hay que analizar rigurosamente. El socialismo constituye el único camino posible hacia el futuro ya inmediato. Sectores muy populosos de la sociedad actual reclaman el socialismo de cara a un futuro que solamente puede edificarse con conceptos socialistas. Claro que frente a esos sectores una también amplia masa de ciudadanos que se acomodan en el sistema capitalista alegan que el socialismo se ha destruido en sus intentos de realizarse mediante revoluciones que han naufragado. Esto último, la lectura del fracaso, conviene abordarlo a fondo. Hagamos, por tanto, una primera pregunta: ¿esos aireados fracasos han destruido la médula del socialismo o solo han afectado a una inicial fase revolucionaria del mismo? ¿Hasta qué punto una revolución puede considerarse asegurada en sus primeras realizaciones? ¿Y hasta qué punto la conciencia revolucionaria debe considerarse disuelta tras su inicial intento histórico, aunque ese intento haya acabado en un aparente fracaso?…….La colectividad en pleno, como sujeto social, cultural y económico, es lo que constituye el socialismo aceptable y vigoroso. Ese socialismo ha de declarar bienes no apropiables por los individuos como tales todos aquellos que se caractericen por constituir la infraestructura de los pueblos y de sus libertades: las riquezas naturales, la tierra, las energías, las materias estratégicas o de alto y reconocido contenido social, como la enseñanza, la sanidad, el gran transporte y sus redes… Ese socialismo ha de fomentar las formas societarias constituidas por los trabajadores. Un socialismo que dote al ejercicio empresarial de la calidad de oficio social. Un socialismo que devuelva al dinero su estricto sentido de signo intercambiario y que convierta en bien nacional el aparato financiero. Un socialismo que rediseñe la política como un ejercicio básico y cotidiano de los ciudadanos, lo que exige su reducción a un ámbito de cercanías, evitando la globalización que convierte en caricatura la soberanía de los ciudadanos.
El socialismo precisa un gran debate social para restaurar su dignidad ideológica y su vitalidad creadora. Ese debate contiene ya la esencia del socialismo. Decir estas cosas puede parecer simpleza o arbitrismo, pero la historia enseña que únicamente las sencillas formas de proceder aparejan la liberación. Cada ciudadano ha de implicarse en estas acciones si aspira realmente a serlo”.